EL TIGRE NO ES COMO LO PINTAN.
- EFRAIN MARINO
- hace 2 días
- 3 Min. de lectura
EDITORIAL
Por: Efraín Marino @efrainmarinojr @corprensacol
En Colombia, la política es una selva que cambia de humor sin previo aviso, un territorio áspero, lleno de senderos que se bifurcan, donde los liderazgos suelen desgastarse incluso antes de nacer; En esa espesura, donde cada elección parece escrita por un animal distinto, comenzó a tomar forma la figura de Abelardo de la Espriella: un actor político que irrumpe sin pedir permiso y que, para bien o para mal, obliga a mirar.
Intentaron describirlo con los clichés de siempre: radical, provocador, excesivo, pero la tinta con la que lo dibujaron nunca coincidió con el trazo real; “El tigre”, como suele ocurrir con los animales que se saben observados, decidió mostrarse a su manera, y ese gesto, de por sí disruptivo, abrió una grieta en el mapa político colombiano.
Durante años, el abstencionismo fue el gran protagonista invisible de las elecciones, una multitud silenciosa que caminaba entre nosotros sin dejar huella en las urnas, gente cansada, incrédula, harta de frases programadas, convencida de que votar era apenas un acto protocolario sin consecuencias reales.
Ese sector, históricamente inmóvil, empezó a reaccionar; No en masa, no con devociones, sino con una curiosidad que se respira en comentarios, métricas y conversaciones privadas, algo en el tono de De la Espriella –su franqueza sin pretensiones pedagógicas, su incomodidad deliberada– comenzó a despertar a quienes habían renunciado a participar, y cuando el abstencionista se mueve, el país entero se desplaza.
La otra señal proviene de los jóvenes, una generación que aprendió a leer la política como un ejercicio de sospecha constante, crecieron viendo discursos que prometían renovación mientras repetían fórmulas desgastadas; en ellos, la paciencia es corta y la memoria es larga.
En este público, De la Espriella despierta una mezcla difícil de clasificar: no fascinación, no idolatría, pero sí una especie de atención alerta, no lo ven como un salvador; lo leen como una anomalía en un sistema que siempre presenta las mismas caras; “El tigre” no intenta parecer cercano, y esa falta de artificio es, paradójicamente, lo que lo acerca, porque esta generación no quiere sermones: quiere claridad, y la claridad, aunque duela, siempre encuentra oído.
Pero ningún tigre avanza solo, fuera del ruido, el verdadero obstáculo no está en los adversarios externos sino en los aliados potenciales: una derecha fragmentada, presa de cálculos individuales, viejas rencillas y ansias de protagonismo, un ecosistema donde abundan los liderazgos, pero escasea la visión compartida; como decía mi abuela “Mucho Cacique y poco Indio”.
Si De la Espriella quiere llegar más lejos, tendrá que enfrentar esa prueba que tumba más campañas que los escándalos: ordenar la manada, reunir lo que lleva años disperso, hacer que los egos bajen el tono y que las ambiciones individuales no se conviertan en trampas, la primera vuelta solo es posible si la manada entiende que la división no es pluralidad: es derrota anticipada, y en esa batalla, la política revela su verdadero rostro: no gana el más fuerte, sino el que consigue que los otros dejen de pelear por un instante.
Mientras tanto, los indicadores digitales –hoy más reveladores que cualquier plaza pública– muestran un crecimiento que no depende de maquinaria, sino de algo más difícil de producir: atención espontánea, conversaciones nuevas, seguidores que nunca habían opinado sobre política, jóvenes que encuentran un punto de fuga donde antes solo veían paredes, nadie puede afirmar hacia dónde se moverá ese impulso, pero su existencia ya reordena el terreno, y en política, lo que reordena incomoda.
De la Espriella es un fenómeno en proceso, no un retrato final, un actor que crece en los márgenes donde la política suele hacer ruido pero no cambiar; su avance no depende de discursos heroicos ni de campañas tradicionales, sino de su capacidad para convocar sin fracturar y para resistir la tentación del solista.
“El tigre no es como lo pintan”, ni como quieren pintarlo, es simplemente la figura que aparece cuando el país se cansa de reconocerse en las mismas sombras, y si logra que la manada deje de morderse entre sí, podría convertir lo improbable en posible.








Comentarios