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CRÓNICA | FUNDACIÓN LA LUZ, 30 AÑOS CON LAS PUERTAS ABIERTAS A LA VIDA.

  • Foto del escritor: EFRAIN MARINO
    EFRAIN MARINO
  • hace 5 horas
  • 3 Min. de lectura

Por: Efraín Marino

Presidente de Corprensa Colombia

@efrainmarinojr | @corprensacol


La luz no irrumpe de golpe, no llega como un relámpago, la luz, cuando es verdadera, aparece primero como una duda tímida, como una rendija en medio de la noche, así ha sido durante 30 años la historia de la Fundación La Luz, una obstinación silenciosa por encender una vela donde otros solo aprendieron a convivir con la sombra, tres décadas con las puertas abiertas a la vida.

El salón principal de la Cámara de Comercio de Bogotá estaba lleno, pero el verdadero auditorio era otro, estaba hecho de ausencias, de batallas libradas a puerta cerrada, de nombres que un día se perdieron y luego regresaron. Treinta años no caben en un acto protocolario, caben, apenas, en los ojos y corazones de quienes entendieron que tocar fondo también puede ser el inicio de algo.

Los graduados caminaron vestidos de estricto blanco y negro, como si el smoking resumiera su historia, la lucha permanente entre la luz y las tinieblas, no desfilaron solos, sentados en primera fila estaban sus compañeros, los que aún permanecen en tratamiento, recordando que nadie sale de la oscuridad empujando a otros hacia ella, avanzaron despacio, con la solemnidad de quien ha aprendido que cada paso cuenta, porque vencer una adicción no es una carrera, es una vigilia.

Cuando uno de ellos tomó el micrófono, el silencio se volvió espeso, su voz no tembló por debilidad, sino por memoria, pidió perdón a su familia, a sus amigos y a la sociedad, habló de noches largas, de decisiones equivocadas, de una guerra interna donde el enemigo tenía su propio nombre, habló de caídas sin testigos y de mañanas sin esperanza, y entonces ocurrió algo simple y devastador, el auditorio entendió, no desde la razón, sino desde la piel.

Las familias lloraron sin pudor, no eran lágrimas de tristeza, sino de alivio, lloraban porque el miedo había cedido terreno, porque el teléfono ya no sonaba de madrugada, porque el abrazo había regresado a casa, en esos aplausos no había celebración, había gratitud y esperanza.

En ese escenario, Álvaro Alfonso Enciso, el fundador y visionario, no hablaba como director, sino como líder. Treinta años sosteniendo una luz cansa, pero su familia y su equipo de colaboradores le han ayudado a mantener los brazos firmes. La Fundación La Luz no promete milagros, promete compañía, no ofrece atajos, ofrece constancia. Enseña que la recuperación no es un acto heroico, sino una suma de pequeños actos valientes repetidos todos los días.

En medio de la solemne ceremonia, llena de personalidades públicas y de la farándula nacional que se unían a esta celebración, llegó el reconocimiento del Concejo de Bogotá, la Orden José Acevedo y Gómez, brilló como un símbolo institucional, pero el verdadero galardón estaba abajo, sentado, de pie, respirando, estaba en los más de 60 graduados que entendieron que la oscuridad no se derrota con fuerza, sino con persistencia.

Esa noche quedó claro que la adicción es una sombra paciente, pero la luz también lo es, la oscuridad espera el descuido, la luz espera la decisión, y cuando alguien decide encenderla, aunque sea con manos temblorosas, las tinieblas retroceden, no desaparecen, pero aprenden a obedecer.

Treinta años después, la Fundación La Luz sigue haciendo lo mismo: recordarle a la noche que no es eterna, y a quienes caminan dentro de ella, que siempre, incluso en el peor momento, cuando el cielo está lleno de nubes negras y tormentosas, muy por encima de ellas esta la fe, la esperanza y el amor de una familia que viene con las puertas abiertas a la vida, llamada Fundación La Luz.

 
 
 
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