LA SEGUNDA VUELTA: UNA ALIANZA POR MIEDO, NO POR PAIS.
- EFRAIN MARINO
- hace 3 días
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Por Efraín Marino – Especial para Corprensa Colombia @efrainmarinojr
Las encuestas más recientes —incluidas las mediciones de noviembre publicadas por firmas nacionales— no han despejado el panorama: lo han tensionado. No describen un país en búsqueda de un proyecto común, sino uno atrapado en rechazos acumulados y desconfianzas que se vuelven identidad política. Todo indica que la segunda vuelta presidencial será el escenario decisivo de 2026. Y también el espejo crudo de nuestra democracia: una contienda donde la unidad no nacerá de las ideas, sino del miedo; no de coincidencias, sino de la necesidad de frenar al adversario.
La derecha y la centroderecha, hoy dispersas en liderazgos que compiten más por visibilidad que por visión, sólo encontrarán convergencia cuando la matemática electoral las obligue. Es un patrón repetido: ya ocurrió en las consultas y primarias del último ciclo presidencial. Si uno de sus candidatos alcanza el balotaje, la coalición no surgirá de un acuerdo programático, sino de un impulso defensivo para impedir un nuevo triunfo de la izquierda.
Y del otro lado la ecuación será idéntica. La izquierda se unirá, no porque exista armonía interna, sino porque el riesgo de un retorno opositor suele ser más movilizador que cualquier agenda. Así funciona nuestra política. La segunda vuelta se convertirá en un pacto de temores cruzados: “todos contra” la izquierda o “todos contra” la derecha. Pero casi nunca “todos por” el país.
En medio de ese forcejeo predecible, hay un actor al que ambos bloques siguen subestimando: el voto indeciso, el elector desilusionado del actual gobierno, el joven que oscila entre la rabia y la apatía y el ciudadano que jamás ha votado. Ese voto silencioso —movible, impredecible y crítico— no aparece con nitidez en las encuestas, pero tiene la capacidad de definir una elección en cuestión de horas.
La juventud vota por causas, no por estructuras. Los desencantados del gobierno miran a la oposición con la misma desconfianza con la que votaron hace cuatro años. Y quienes nunca han participado suelen convertirse, cuando despiertan, en la fuerza más disruptiva del tablero electoral. Ignorar esa franja no es un error técnico: es un error histórico.
Mientras la derecha y la izquierda se preparan para medir fuerzas en los extremos, olvidan que la contienda podría resolverse en un territorio que no dominan: el del desencanto. Ese espacio donde el discurso político pierde credibilidad y la ciudadanía empieza a evaluar a los candidatos no por lo que prometen, sino por lo que callan. Si no logran hablarle a esa Colombia silenciosa —harta de la retórica y agotada de los mismos nombres—, la segunda vuelta será apenas una suma de adhesiones tardías y acuerdos de supervivencia. Una alianza del miedo, no un pacto de país.
Y entonces aparece la pregunta que sobrevuela el ambiente político, pero nadie se atreve a formular en voz alta:
¿Qué ocurrirá el día en que ese electorado huérfano, desencantado y subestimado decida romper el guion?. Ese día —y no la segunda vuelta— Colombia descubrirá quién sostiene realmente el destino del país entre sus manos.








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