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AL TIGRE HAY QUE DEJARLE UNA SALIDA

  • Foto del escritor: EFRAIN MARINO
    EFRAIN MARINO
  • 19 ago
  • 2 Min. de lectura

EDITORIAL | Por Efraín Marino @efrainmarinojr Presidente de Corprensa Colombia.


En la política, como en la selva, hay reglas no escritas que separan el cálculo frío del suicidio estratégico; una de ellas es clara: “Al tigre hay que dejarle una salida”, no por compasión, sino porque todo depredador acorralado, cuando siente que no tiene escape, no se rinde, ataca.

En Colombia, ese tigre se llama Álvaro Uribe Vélez, caudillo para unos, villano para otros, pero líder natural de la oposición contra el actual gobierno de Gustavo Petro; su figura es un imán político que no desaparece con editoriales adversos ni con expedientes judiciales, por el contrario, cada golpe parece devolverle fuerza.

La reciente privación de su libertad —y el espectáculo mediático que la acompañó— encendió una chispa que se convirtió en fuego; la marcha del 7 de agosto, inicialmente convocada como una manifestación contra varias políticas del gobierno, terminó siendo una demostración de solidaridad masiva con el expresidente, llenando las calles de banderas, consignas y un mensaje inequívoco: “No se toca a nuestro líder”.

Si en las instancias judiciales venideras la defensa de Uribe logra revertir su situación y demostrar su inocencia, el desenlace será un doble triunfo: jurídico y político; un golpe que el gobierno no puede subestimar, pues fortalecería la narrativa de persecución y convertiría al caudillo en mártir político con aval judicial.

A este escenario se suma un hecho doloroso y simbólicamente explosivo: la muerte reciente de Miguel Uribe Turbay, joven líder político, heredero de una estirpe liberal y figura prometedora del uribismo capitalino; su ausencia es como echar sal en la herida, agravando la indignación de las bases, uniendo a sectores antes dispersos y abriendo un frente emocional que el oficialismo tendrá difícil neutralizar, porque en política las heridas con carga simbólica no sanan rápido y este episodio tendrá consecuencias electorales que se sentirán en las próximas contiendas.

Petro, político astuto y lector agudo de la historia latinoamericana, sabe que la persecución judicial contra un caudillo rara vez termina como esperan sus adversarios; Cristina Fernández en Argentina, Lula da Silva en Brasil… los ejemplos sobran, cuando un líder sobrevive al acoso judicial regresa con más legitimidad y un capital político multiplicado.

El riesgo para el gobierno es claro: acorralar al tigre sin ofrecerle un escape puede terminar por despertar a toda la manada; el país no necesita más trincheras irreconciliables, sino salidas que permitan un juego democrático fuerte pero sin convertirse en una guerra de exterminio político, porque si el tigre se ve sin salida, no solo saltará, arrasará con todo a su paso y en esa embestida nadie sale ileso.


Yo no soy uribista, ni santista y mucho menos petrista; soy periodista, parafraseando al célebre Juan Gossaín; me limito a observar, analizar y opinar con objetividad sobre lo que pasa en Colombia, por incómodo que resulte para unos o para otros; porque lo periodistas independientes solemos ser incómodos, cuando decidimos decir lo que pensamos.

 
 
 

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