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“NO QUIERO QUE NADIE LLORE, SI YO ME MUERO MAÑANA” (Héctor Lavoe y Willie Colón)

  • Foto del escritor: EFRAIN MARINO
    EFRAIN MARINO
  • 6 jun
  • 3 Min. de lectura


Por: Efraín Marino

@efrainmarinojr

Hoy no tengo ganas de escribir, lo confieso sin pudor, porque escribir sobre los amigos que se van es como abrirse el pecho con una hoja de papel; pero el deber —y una promesa— me obligan. Una promesa hecha a un viejo compañero de batallas, a un hermano de camino, a un caballero de armadura reluciente y verbo agudo: Luis Erasmo Guaqueta Ángel.

Lo conocí hace más de dos décadas, en un pequeño pero bullicioso canal de televisión comunitaria llamado TV Álamos. Desde entonces, fuimos cómplices del periodismo, la política, la salsa y el buen whisky. Melómano de vocación, periodista de profesión, Erasmo era un caballero andante de la vieja escuela: de hablar pausado, mirada atenta y alma bohemia. Admirador fervoroso de la belleza femenina, y defensor de los ideales conservadores que defendía —con pasión y algo de nostalgia— desde las juntas locales y nacionales de su partido.

Nuestras tertulias eran tan eclécticas como interminables: hablábamos de cine, de pintura, de la historia y de los principios doctrinales del pensamiento político, entre cervezas rojas (sus preferidas) y doradas (las mías), siempre al ritmo de un son cubano o una salsa de vieja guardia. “De la Fania para atrás”, decía mientras se lanzaba un paso con zapatos blancos, como si la pista de baile fuera su reino.

Vivimos muchas cruzadas quijotescas. Él, el hidalgo caballero; yo, su Sancho Panza. Viajamos juntos por todo el país, casi siempre detrás de un reportaje o de algún congreso cultural. Pero su cita favorita era el Festival de Cine de Cartagena: allí, bajo el sol ardiente y frente al mar Caribe, compartimos secretos, sueños y confesiones que la ética —y la amistad— no me permiten revelar.

Recuerdo hoteles frente al mar, piscinas en pueblos costeños, rumbas clandestinas en salones de baile, y tardes eternas en “La Casona”, donde “El Poeta”, en el “Café Pasaje” o en cualquier tiendita perdida del centro bogotano. En cada encuentro, hablábamos de lo mismo: del amor por la cultura, de la política como arte, del periodismo como vocación.

Compartíamos también sueños pendientes: como aquel viaje a Nueva York para bailar salsa en el “Hispanic Harlem” o “Barrio Latino”, en el Bronx, donde nació la Fania. Lo hicimos, sí, pero por separado, yo fui primero, él después; aun así, eso nos dio más motivos para reunirnos en su apto o en el mío, para seguir conversando, para seguir soñando con La Habana, con el viejo San Juan en Puerto Rico, con la vida misma.

Hoy quiero recordarlo así, sin solemnidades vacías:

Como el gran ser humano que fue, lleno de virtudes, pero también de esas pequeñas imperfecciones que lo hacían entrañable. Como el pintor anónimo que convirtió su casa en galería, como el que armaba el pesebre desde octubre, con tren eléctrico y soldaditos de plástico, solo por el gusto de compartirlo con sus amigos más cercanos.

Como el Erasmo bíblico, estudioso del cristianismo y sus principios; como el Erasmo humanista, defensor de la libertad de pensamiento, y orgulloso del filósofo de Rotterdam del que heredó el nombre, como el descendiente del cacique Guaqueta, valiente y terco, como el director del periódico Pregón Distrital, firme defensor de los medios comunitarios y la palabra libre. Como ese hombre al que todos saludaban con respeto en la calle, porque sabían que detrás de su barba blanca había historia, y debajo de su chaqueta, corazón.

No niego que hubo distancias, malentendidos, envidias ajenas que quisieron quebrar nuestra hermandad. Pero también hubo reconciliación, abrazo, oración y lágrimas compartidas. Tuvimos la fortuna —poco común— de despedirnos en paz.

Adiós, mi querido Erasmo; Buen viento y buena mar. Nos veremos en otra vida, de esas muchas que —seguro— vendrán. Donde nuevamente, como la flor silvestre en tierra fértil, la amistad florecerá, porque el cuerpo se va, sí; pero la memoria, la fe, la esperanza y el amor… esos siempre se quedan.

Perdóname por no poder hacer caso al título de esta crónica, una de tus canciones favoritas, me es imposible no llorar, porque siento que nos faltó mucho más por andar, mucho más por bailar y disfrutar juntos de esta locura a la que llamamos amistad.

(La foto es de hace unos días, lo visité con mi esposa, reímos, nos abrazamos, lloramos, oramos y le pedimos a Dios que se hiciera su voluntad.)

 
 
 

1 opmerking


Hecky Geager
Hecky Geager
06 jun

Maravillosa descripción de la gran persona que fue nuestro querido y admirado hermano, Luis Erasmo Guaqueta!

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